Pedro Reyes era mi cómico favorito de niña, lo veía siempre en No te rías que es peor al volver del colegio, mientras mi madre hacía la comida y yo mordía una zanahoria o un apio que era lo que me daban para matar el hambre con el que llegaba. Me acuerdo de que él fue quien contó el primer chiste que me hizo sentir lista, que es el sentimiento que de verdad te engancha a la comedia: “han descubierto que las papas no engordan, que el que engorda eres tú”. Como niña a la que habían puesto a dieta casi desde que aprendió a comer, ese remate me pareció tan bueno que incluso perdoné a Pedro por haberme hecho ilusiones con la primera frase pensando que quizás era una información seria y contrastada. Ese final era mejor que que las papas no engordaran.“El que engorda eres tú”. Me partí el culo. Pensé que era lo más gracioso que había escuchado en mi vida y que Pedro Reyes lo había contado solo para mí.
Tendría que haber tenido en cuenta que la comedia es como los ansiolíticos, que si la consumes demasiado aumenta tu tolerancia y deja de ser tan divertida. Ya casi nada me hace tanta gracia como aquello, o al menos no me provoca lo mismo. Porque he visto mucha comedia desde entonces, he visto demasiados monólogos y escuchado demasiados chistes en los últimos años. Es imposible que te guste mucho mucho una cosa y querer profundizar en ella lo máximo posible para saberlo todo y al mismo tiempo seguir disfrutándola de la misma manera. Supongo que se disfruta, pero de otra forma. Te vuelves cínico y mustio y empiezas a disfrutar también de criticar lo que no te gusta, lo que crees que no es bueno. Hay quien disfruta igual de criticar a los cómicos que considera malos que de los chistes que le hacen gracia porque sí. Un poco rollo esto, si lo piensas.
No sé en qué momento hemos decidido que ser cínico te hace parecer más inteligente y, en cambio, disfrutar de las cosas, menos. ¿Supongo que el día en que se creó Twitter? Veo mucho esa actitud en las redes. El otro día una chica de veinte años contó que estaba muy contenta porque tenía trabajo, piso y había aprobado todo y la gente se rió de ella y empezó a presumir de estar en la mierda. Había muchos comentarios haciendo esto, muchísimos. Tíos de 45 años que consideraron que este tuit merecía una parada en su trabajo para contestar presumiendo de sus fracasos. La tomaron por tonta y por naif. Entiendo que eran bromas, pero entienda usted también, señor de Twitter, que yo esté ya hasta el c0ño del cinismo.
Esta actitud no tiene nada que ver con ir en contra de los logros profesionales o vitales, pasó lo mismo con aquel chico de TikTok del que se rieron en Twitter todo lo que quisieron por la emoción con la que hablaba de sus canciones favoritas de los Arctic Monkeys. Esa actitud va en contra de la ilusión.
También se hizo viral –o meme, lo que sea–, hace ya tiempo, una captura de un fragmento del libro de La Mala Rodriguez donde decía que para ella lo exótico era una oficina, “ir a la impresora, tener una grapadora... “ porque nunca había tenido esa vida. Por supuesto que ella también fue motivo de risa por eso de la grapadora. La verdad es que es un poco gracioso, pero es que eso de la grapadora, para los que no la usamos, representa lo mismo que el microondas, así que yo en este debate de Twitter iba a tope con La Mala.
Para mí es igual, yo solo he trabajado en una oficina propiamente dicha en dos ocasiones y entre las dos experiencias no suman tres meses. De esto puede hacer diez años. No lo echo nada de menos, me parece un rollo por muy exótico que sea, pero es verdad que este tipo de trabajos tiene una cosa buena y es que te permite estar en contacto con El Mundo Real, y trabajar en casa con un gato y mirar Twitter, pues no. Ha reducido mi tolerancia al mundo totalmente. La gente que a diario tiene que compartir espacio con gente que piensa opuestamente a ella y tomarse un café juntos a media mañana sin perder la calma en ningún momento me parecen héroes. Yo trabajé un (1) día con una (1) persona que me pareció insoportable y que no pensaba como yo y después de una hora estaba llamando a escondidas a una amiga y diciéndole “Dame un solo motivo para que no queme este sitio con esta persona dentro”. Y ella, que es una de esas heroínas, me dijo: “¿Que no cobrarías?”.
Ese rechazo, esa reacción alérgica, ese no saber qué hacer ante la gente que es completamente opuesta a mí es culpa de la tolerancia. Mi tolerancia a los ansiolíticos y a la comedia está por las nubes, pero mi tolerancia a las personas está muy baja porque las he consumido poco.
Es una putada que se cree esa tolerancia justo con las cosas que más te gustan y en cambio las que no, como no te enfrentas a ellas, cuando lo haces siguen provocando en ti sentimientos con la misma intensidad de la primera vez. Mi reacción a los gilipollas, como no me rodeo de ellos, como mi trabajo y mi forma de ser me permiten estar en una burbuja, sigue siendo tan pura como mi reacción al chiste de las papas. Escucho canciones que son obras maestras como la que oye llover y si trato con un gilipollas me sigo enfadando como si fuera la primera vez que me cruzo con uno en mi vida. No sé si sería más feliz yendo a una oficina todos los días con gente totalmente opuesta a mi, con señores de Twitter de 45 años, por ejemplo, usando mi propia grapadora y viendo vídeos de Pedro Reyes (DEP) solo una vez al año. Nunca lo sabremos. Espero. No podría hacerlo.